Son historias mínimas propulsadas por un anhelo común, viajar a Río de Janeiro para vivir la final de un Mundial. Aunque en ese micro amarillo que ayer al mediodía salió rumbo a Brasil, 60 hinchas alimentan un sueño único, valioso e irrepetible: Argentina juega esa final y puede traerse a casa su tercera Copa del Mundo.
La idea de hacer esta travesía terrestre que insumirá casi dos días sobre rutas argentinas y brasileñas surgió este verano. Cristian Sánchez, Sebastián Gómez y Julio Bulacio viajaban al Cosquín Rock cuando se les ocurrió ir a Porto Alegre para ver el tercer partido de la fase de grupos.
La distancia que separa a Tucumán de esa ciudad del sur de Brasil es similar a la que hay hasta Tandil y, como tienen experiencia porque desde el 2005 comenzaron a viajar para seguir al Indio Solari, decidieron subir la apuesta. “Todo se comenzó a activar después de que Argentina ganó el primer partido porque primero sólo teníamos 20 pasajeros y para viajar había que llenar el micro”, recordó Sánchez. Pero las ideas no murieron ahí y a la vuelta de esa incursión ya pensaban en viajar si Argentina llegaba a la final.
La mecánica fue la misma. Todos señaban el pasaje pero nadie confirmaba hasta que, durante la noche en la que “Chiquito” Romero se convirtió en héroe, estallaron los celulares. “Nadie iba a viajar para ver la fiesta de otro. Habíamos pedido una seña de $ 500 y si la Selección no pasaba se devolvía la plata. Pero después del partido empezó a llamar todo el mudo”, agregó Sánchez, que también calmó los temores ante los posibles enfrentamientos entre hinchas. “Vamos con la ilusión de que todo va a estar bien. Aunque es obvio que si te burlás en la cara de un brasileño alguno puede reaccionar. Pero si te manejás con respeto es muy difícil que pase algo. Además, en Porto Alegre nos recibieron bien y hubo mucha hospitalidad”, concluyó.
La convocatoria para salir de viaje se hizo en la plaza San Martín, ese emblema de Barrio Sur en que se desplegaron banderas celestes y blancas para ir calentando el viaje. A los viajeros se les había pedido que llegaran a las 9, pero la mayoría llegó cerca del mediodía. Jesús Díaz llevaba una carpa, su mochila y una deuda que iba a tener que afrontar cuando vuelva el miércoles, pero aún así estaba feliz. La idea de viajar se la había dado su madre. “Estábamos viendo el partido de Brasil y mi vieja me dice: ‘si tuviera 20 años estaría ahí’”, explicó para después quedarse un instante en silencio y estallar en una risa.
El fútbol no es sólo cuestión de hombres y así lo demostraron Nurit y Zenaida Ginel, que se colgaron las mochilas y ahora van a ver un partido que su abuelo, Hugo Ginel, hubiera dado la vida por disputar. “Somos primas. Mi abuelo jugaba en Atlético y nos encanta el fútbol. Anoche (por el miércoles) nos pusimos a buscar en internet pero ya no había nada. Ahí fue cuando un amigo nos contó que salía este micro y como a las 12 de la noche fuimos a pagar nuestro lugar”, contó Zenaida, hija de Eric Ginel, hijo de Hugo y ex jugador del decano. Nurit dijo que no conocían a nadie, pero que eso era lo de menos. “Estamos acostumbradas a viajar y vamos tranquilas. Espero que ganemos 2 a 1 para no llegar a las penales. Está dificil, pero si juegan dejando todo como lo hicieron ante Holanda, estaré conforme. Ojalá Messi aparezca”, remató.
El micro se aleja cargado de hinchas que esperan hallar una entrada en la reventa. Historias mínimas que, como en la película de Carlos Sorín, pueden convertirse en leyendas.